Desde nuestros orígenes evolutivos hemos vivido millones de años como cazadores-recolectores en un entorno extremadamente incierto en el que la posibilidad de alimentarse variaba según la estación del año y el lugar donde se habitaba. Había que comerse todo (cuando había) para conservar la vida.
La primavera y el verano eran períodos de abundancia, mientras que el otoño y el invierno se caracterizaban por la escasez. En esos contextos de alternancia cíclica, debió ser vital para la supervivencia disponer de mecanismos fisiológicos adecuados para llevarse “cargadas” las calorías en forma de reservas de grasa. Había que comerse todo. No se sabía cuándo sería la próxima vez.
Afortunadamente, la realidad actual dista mucho de aquellos orígenes nuestros. Hoy en día la disponibilidad y acceso a los alimentos está garantizado (casi) para todos.
Aun así, en nuestras conductas actuales genéticamente moldeadas en aquellos tiempos, la dieta del atracón continúa presente en algunos humanos actuales, que diariamente consumen todo lo posible, porque inconscientemente creen que así como comen hoy, se aseguran la protección y el sostén para mañana.
Una alimentación responsable
A lo largo de los últimos miles de años, el hombre ha evolucionado para comer según su necesidad real de nutrirse, básicamente gobernado por un sofisticado circuito de hambre y saciedad. Hoy los alimentos están más accesibles. Antes notoriamente era la naturaleza quien regulaba qué y cuánta cantidad de alimentos se podían encontrar y consumir dependiendo de la temporada del año.
Desde hace muy poco tiempo –evolutivamente hablando– esto ha cambiado mucho: además de nuestros instintos biológicos, nuestros pensamientos y emociones también juegan un papel primordial en nuestra conducta y relación con la comida.
Llenar un vacío
Las condiciones actuales de vida distan mucho de aquellas condiciones remotas. Los tiempos han cambiado sobremanera. Hoy la apología del consumo y el materialismo desmedido han provocado que muchas veces dejemos de lado nuestro bienestar emocional para hacer cualquier cosa (lo que sea), incluso algo que nos disguste hacer, con tal de conseguir dinero, confort y éxito.
La visión del mundo como pura competencia, la incertidumbre de la vida, los trabajos rutinarios, el temor a perderlo todo, entre otros, favorecen un estado que deriva en ansiedad y desgano que muchas veces se torna crónico. Por eso quien está ansioso come, fuma, toma, compra enloquecidamente, con tal de no vivir solitariamente esa ansiedad, sentida como vacío inaguantable. Comer para acallar emociones.
Y la bola de nieve de la compulsión con la comida cuenta con todas las condiciones para rodar cuesta abajo (en picada) y hacerse cada vez más grande. Las emociones desagradables anulan la conciencia, despiertan el lado más instintivo nuestro y nos hacen comer compulsivamente.
Asimismo los pensamientos manipulados por la educación del materialismo y la cultura de la insatisfacción, nutren estas emociones nuestras no agradables, que vuelven a dar rienda suelta a nuestros instintos y nos llevan a seguir comiendo compulsivamente.
¿Cómo detener esta imparable bola de nieve?
Vivimos como comemos
La compulsión al comer no se diferencia en nada a otras compulsiones. Hemos hablado de comer compulsivamente, pero lo que en realidad hacemos es vivir compulsivamente.
La vida moderna consiste en vivir compulsivamente: al comprar, tomar bebidas alcohólicas, comer, drogarse, jugar y apostar, navegar por Internet, etc, etc… y alternar todas esas compulsiones, mientras desperdiciamos el momento presente.
Para dejar de vivir compulsivamente uno puede comprender los efectos fisiológicos de cualquier compulsión, como la adicción a las harinas o a las drogas. También puede determinar los patrones mentales que se repiten y nos empujan hacia la compulsión.
Aun así, conociendo estos mecanismos, el camino hacia la transformación personal y la gestión emocional es una tarea dura y necesaria, que requiere de decisión, compromiso y disciplina. Pero hasta que no se alcanzan un grado de conciencia significativo, no hay nada que hacer.
Actuar con plena atención
Ante el problema de la compulsión al comer –y al vivir– se hace necesario un enfoque abarcativo de la persona, que integre su cuerpo-mente-espíritu-emociones, que implique tomar conciencia sobre cada uno de esos niveles y que además tenga en cuenta la relación que guardan entre ellos. La práctica sistemática y disciplinada de Mindfulness es una gran opción para vivir mejor.
Mindfulness o Atención Plena significa prestar atención de manera intencional a la experiencia del momento presente con interés, curiosidad y aceptación. Aunque esta disciplina ha sido recientemente integrada a la medicina y psicología en las principales universidades y centros médicos del mundo, se trata de una práctica muy antigua que se origina hace más de 2.500 años con el budismo. Es un proceso que mejora el reconocimiento y percepción de los mensajes de nuestro cuerpo, que nos permite observar nuestro propio sistema de creencias, diálogos internos y juicios.
Con respecto a la conducta alimentaria, las prácticas de mindfulness mejoran la capacidad para identificar señales de hambre y saciedad, además de incrementar la disposición para experimentar emociones negativas que anteriormente disparaban atracones, disminuir la credibilidad de los pensamientos negativos, y aumentar la capacidad para elegir conductas adaptativas en circunstancias estresantes.
Aunque por naturaleza somos comedores compulsivos, tenemos a nuestro alcance la posibilidad de elegir entre guiarnos por nuestros instintos y seguir comiendo compulsivamente (reaccionar) o desarrollar la conciencia para dejar de hacerlo de manera automática para comportarnos (responder) de manera saludable y cuidarnos.
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